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dilluns, 12 d’abril del 2010

Al Frente II


De nuevo una enorme columna del gran Phil Blakeway.

Al Frente II



Arte, puro arte, refinada estrategia y depuradas tácticas, conjuntamente. Arrojo, solidez, resistencia, temple, bonhomía y perseverancia, individualmente, cual ejemplos de virtudes más altas, de aquellas que en otros tiempos se recitaban de memoria por escolares atentos.
Hablo, naturalmente, de la Primera Línea, como el lector avisado ya habrá supuesto. Demostraré que, mal que le pese a los amigos de la alocada novedad, esos que desprecian lo que el poso del tiempo decanta para mejor, que los tres integrantes de la Primera Línea son luz y anclaje del Club, de la Comunidad, de la Nación, de la Civilización, que por este orden y de mayor a menor calidad, enumeramos las sociedades donde se mueve todo jugador de rugby, sin que ellas sepan de tan meritoria labor. Porque, estimados lectores, ya afligen al universo mundo suficientes desdichas como para que a los lastimeros sollozos de esta o aquella latitud se añadan los de las nuestras. ¿Imaginan Uds. que los cánticos que se elevan al cielo desde Cardiff o Dublín o Londres fueran fúnebres en lugar de festivos o épicos o incluso dipsómanos? Y sin embargo ¡cómo disfrutamos cuando miles de gargantas entonan el Mae hen wlad fy nhadau tránsidos de gozo con el inconmovible ánimo del que espera mantener incólume la ciudadela amurallada, o la estrofa que envía de nuevo a los del rey Eduardo a casa, tae think again, por más que sepan que desde el Sur siempre han de regresar y que apoderarse de la copa con las asas de ofidio les costará blood, toil, tears and sweat , o cómo los esforzados caballeros del verde gabán se aprestan hombro con hombro a resistir, ahora y siempre, al que ose hollar su isla!


Tengan por seguro que esas ocasiones serían ensueños evanescentes si las cervicales de Windsor, Faulkner y Price en Arms Park o las de Clohessy, Woods y Popplelwell en Landsdowne Road o las de Probyn, Moore y Rendall en Twickenham, o las de Paparemborde, Dintrans y Dospital en el Parque de los Príncipes o las de Milne, Burnell y Sole en Murrayfield no hubieran crujido en cada embate poderoso de sus contrincantes y contendido hasta la extenuación, para mejor ventura de los trece de atrás.


Verdad es que los agarres trabados y los sólidos hombros de segundas y terceras líneas sostienen la lucha titánica de los colosos del lugar donde el Tiempo se detiene, y que la inteligencia y picardía de los medios y la agilidad y velocidad de los tres cuartos adornadas por la sangre fría y parsimonia del Hombre Sólo ante el Peligro que viste el nº 15 son ingredientes todos necesarios. Pero eso es algo sabido y como nadie canta las virtudes del nº 123, bien está que aquí lo hagamos. Sí, he dicho bien, y no es la primera vez, el nº 123. A nadie se le escapa la metáfora, porque de nada sirve el portentoso nº1 si el talonador impulsa el balón hasta la segunda línea contraria (es que en algunos sitios todavía se talona, que lo sepan los que solamente disfrutan del oval por televisión), o un nº 2 contorsionista que saca el balón de ese mismo lugar, si la barbilla del nº 3 se incrusta en su ingle doblado por el impulso de los ocho rivales, o si cada miembro de la Gran Hermandad entra en liza por su cuenta.


Las cosas pueden cambiar, va de suyo, pero es probable que desde una muy tierna edad ya se conozca el destino del joven jugador. No será infrecuente el caso de quien, despreciado por otros grupos humanos de menor calado moral e intelectual, a saber, elegido siempre el último para el concurso balompedístico o baloncestístico, se encuentre recibido con alborozo entre las gentes ovales, siempre atentas a la caza y captura de fisionomías adecuadas, algo que ni siquiera en los tiempos del rampante profesionalismo ha cambiado: sean dadas gracias a la deidad que a cada uno le pete por la existencia de los Jones galeses, que vocean alto y claro el estereotipo. Así que la criatura que a la edad que le sea permitido empujar se vea formando parte del alto muro que compone la primera línea, difícilmente querrá alistarse en otra unidad. Irá, además, adquiriendo esa sutil afinidad de carácter y fina inteligencia común con sus compañeros de posición que le convertirá en la sal de la tierra: ¿a quien esperamos tener a nuestro lado cuando el tercera psicópata del equipo contrario desata en el campo su personalidad patológica? ¿a quien reclamamos en las más inverosímiles contiendas físicas, lúdicas o no, que se proponen en los terceros tiempos? ¿quién está dispuesto a desplegar la ironía de su mejor humor para jolgorio de la concurrencia de ambos equipos en esas ocasiones? ¿quién devolverá una mirada limpia y regocijada cuando sea obsequiado con la más refrescante y turbia pinta de cerveza? Sí, señores, el primera línea, el soporte del equipo, el cimiento de la sociedad ovalada.


Convengo, sin embargo, en que hay otras maneras de llegar a la Primera Línea, e incluso viajes de ida y vuelta, como fue el mío, pongo por caso. Y digo también que, como gentes cabales que somos, la unidad no significa uniformidad. Pero de eso ya les hablaré en próximos capítulos de este folletón.


Carpe diem.

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